lunes, 16 de marzo de 2009

Antífona de Comunión C-DIII.2 / Salmo 84 (83),4s


Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido, donde colocar sus polluelos; tus altares Señor de los ejércitos, Rey y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre (Sal 84,4s).
Después de haber escuchado ayer Jn 2,13-25, en el momento de emprender la "peregrinación" para ir a comulgar, se escucha la voz de un peregrino. La primera parte del salmo, del que esta tomada esta antífona para la comunión, recoge el anhelo de un peregrino israelita, cuando comienza su camino hacia Jerusalén, deseoso de estar en la Casa del Señor.

Le viene el recuerdo de otras fiestas vividas en el Templo del Señor. En las cornisas y demás recovecos de la espléndida arquitectura, las aves tienen un lugar permanente donde morar. El quisiera estar siempre allí como esos pájaros, pero no como ellos. El anhelo de estar allí es porque es el lugar por excelencia de la presencia de Dios, estar siempre con el Señor es su deseo. Pero estar siempre alabando a Dios. Ésta es la dicha del hombre, pues para eso ha sido creado.

El Israelita tenía que trasladarse físicamente hacia un templo construido con piedras. El que va a comulgar sabe que hacerlo es comulgar con quienes entran a formar parte del templo de Dios (cf. Ef 2,20ss). No es ya vivir en un nido sobre una de las piedras, sino ser una de las piedras que entran en la construcción de ese templo.

Pero el creyente sabe además que él mismo es templo de Dios (1Cor 3,16). Habitar en la Casa de Dios es vivir en la verdad de uno mismo, es vivir en la auténtica vocación, ser morada de Dios. Tras la comunión, se hará presente, en ese templo, de modo especial el Señor.

Pero la comunión es también pregustación de las realidades futuras. Y con la comunión vivimos anticipadamente la vida en el templo celeste, que es Dios mismo (cf. Ap 21,22), y se despierta el anhelo, del peregrino hacia el cielo, de llegar a él.

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