¿Cuál es el peso de la libertad? La idea que se tiene de ella en nuestra cultura suele oscilar entre la "omnipotencia" y la arbitrariedad. Dicho con otras palabras, unas veces parece que libre sería solamente el que tuviera ante sí siempre un número infinito de posibilidades a elegir y pudiera escoger cualquiera de ellas; más libre sería el que tuviera más opciones en cada momento. En otras ocasiones, la cuestión no se centra en el número de posibilidades, sino en la capacidad de determinar qué sea lo bueno y qué lo malo.
Sin embargo, todo sería efímero, pasajero. En realidad, la libertad no valdría nada. En cualquier caso todo quedaría en la indefinición. Si verdadera libertad es tener infinitas posibilidades en cualquier momento, el verdaderamente libre siempre estaría decidiendo lo mismo en cada instante. Y si libre es el que decide qué es o no lo bueno, la decisión también sería liviana, no valdría nada, pues lo bueno podría tornarse malo al momento siguiente y viceversa.
Pero es que la futilidad viene agravada por la irrealidad de todo esto. Irrealidad en doble dirección. Es una fantasía compensatoria de alguien que quiere ser un diosecillo y, al no poder auto-divinizarse, inventa dos sucedáneos de la verdadera divinidad. Pero irreal también porque, si Dios no existe, daría igual todo, acabaría deglutido por la nada. Y si hay Dios y no hay juicio, si todos acabamos de todas formas en el cielo, mi libertad sería ficticia, no habría decidido nada, y mi vida, una burla macabra; Dios acabaría decidiendo por mí sin contar conmigo.
Desde luego, lo que le dice Jesús a Nicodemo en el evangelio de hoy (Jn 3,14-21) es totalmente contra cultural. La libertad no es poder elegir cualquier cosa, sino que se sitúa en poder elegir el bien y, más concretamente, la vida eterna. Lo cual no es poder elegir una vida de tiempo interminable, sino la vida divina, que es el único fin para el que hemos sido creados. Es decir, que tampoco es poder decidir qué es o no el bien.
¿Y no es esto irreal? ¿Cómo va a poder lo menos abarcar lo más? "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna" (Jn 3,14s). Dios, por medio de Cristo, nos capacita, por puro don, para lo más.
¿Y qué peso tiene mi libertad por mucho que Dios me capacite para elegirle a Él? "El que cree en Él, no será condenado; el que no cree ya está condenado" (Jn 3,18). Esto nos da un poco de vértigo tal vez, pero si lo que yo decido -y lo que hago siempre en cada opción tomada es decidirme a mí mismo- no tiene definitividad, la libertad es una filfa. Si lo que he hecho de mí a lo largo de mi vida no es definitivo, no hay propiamente libertad o será una libertad de usar y tirar. Pero detrás de ella, quien iría al cubo de la basura sería yo.
Sin embargo, todo sería efímero, pasajero. En realidad, la libertad no valdría nada. En cualquier caso todo quedaría en la indefinición. Si verdadera libertad es tener infinitas posibilidades en cualquier momento, el verdaderamente libre siempre estaría decidiendo lo mismo en cada instante. Y si libre es el que decide qué es o no lo bueno, la decisión también sería liviana, no valdría nada, pues lo bueno podría tornarse malo al momento siguiente y viceversa.
Pero es que la futilidad viene agravada por la irrealidad de todo esto. Irrealidad en doble dirección. Es una fantasía compensatoria de alguien que quiere ser un diosecillo y, al no poder auto-divinizarse, inventa dos sucedáneos de la verdadera divinidad. Pero irreal también porque, si Dios no existe, daría igual todo, acabaría deglutido por la nada. Y si hay Dios y no hay juicio, si todos acabamos de todas formas en el cielo, mi libertad sería ficticia, no habría decidido nada, y mi vida, una burla macabra; Dios acabaría decidiendo por mí sin contar conmigo.
Desde luego, lo que le dice Jesús a Nicodemo en el evangelio de hoy (Jn 3,14-21) es totalmente contra cultural. La libertad no es poder elegir cualquier cosa, sino que se sitúa en poder elegir el bien y, más concretamente, la vida eterna. Lo cual no es poder elegir una vida de tiempo interminable, sino la vida divina, que es el único fin para el que hemos sido creados. Es decir, que tampoco es poder decidir qué es o no el bien.
¿Y no es esto irreal? ¿Cómo va a poder lo menos abarcar lo más? "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna" (Jn 3,14s). Dios, por medio de Cristo, nos capacita, por puro don, para lo más.
¿Y qué peso tiene mi libertad por mucho que Dios me capacite para elegirle a Él? "El que cree en Él, no será condenado; el que no cree ya está condenado" (Jn 3,18). Esto nos da un poco de vértigo tal vez, pero si lo que yo decido -y lo que hago siempre en cada opción tomada es decidirme a mí mismo- no tiene definitividad, la libertad es una filfa. Si lo que he hecho de mí a lo largo de mi vida no es definitivo, no hay propiamente libertad o será una libertad de usar y tirar. Pero detrás de ella, quien iría al cubo de la basura sería yo.
3 comentarios:
"Dios, por medio de Cristo, nos capacita, por puro don, para lo más."
Cuantas veces he querido abrazar a Dios y me he dado cuenta de que es inabarcable. Él, al ver mi deseo y mi incapacidad, ha querido venir a mi escondido en la Hostia.
Hoy he meditado sobre este asunto, la libertad y la vida eterna, pero ha sido sorprendente saber que hoy se hablaba de esto en el Evangelio del día, verdaderamente sorprendente. Me ha servido leerle para comprender a la luz del Misterio lo que mi conciencia me dictaba. Me alegro con todo el alma haber descubierto su blog
me gusta mucho el cuadro porque evoca la disponibilidad de Jesús para responder a las preguntas de quienes acuden a él en mitad de la noche ,
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