[Vamos a empezar hoy un Via Crucis, que será paulino por razones que este año no se os escapan. Para las citas, casi siempre seguiré las sugeridas por José Aldazábal. La traducción de la Biblia será la que oímos en la liturgia.]
Rezar el Via Crucis unidos a Cristo Jesús es rezarlo lejos de la condenación y contemplando la fuente de esa liberación. El pecado de Adán y todos los pecados que han venido tras él son negación de Cristo. Pilato no fue el único que condenó a Jesús a muerte, todos los pecadores lo hemos condenado. Pero su condena a muerte es solamente lo más aparente que ocurrió.
En su condena Jesús condenó al pecado y nos liberó de su poder esclavizador. Lejos del Paraíso, lejos de la comunión con Dios, el hombre queda apoyado solamente en sus fuerzas, en su carne. Y nuestras meras capacidades como criaturas son impotentes para realizar el destino para el que hemos sido creados. Sin el poder de Dios, somo incapaces para realizar la divinización.
El hombre sin Dios se encuentra con la paradoja de que su única felicidad, el único sentido de su vida, la única plenitud y realización de sí mismo, es irrealizable; en la debilidad de su carne, de su ser creatural, es incapaz de alcanzar lo que debe ser y vive, sin poder salir de esta dinámica, en la muerte de la más radical contradicción: no poder ser lo que debe ser.
La única posibilidad de salir de ese mortal círculo es que Dios lo rompa. Pero esto tampoco depende de nosotros. Por puro amor, Dios envió a su Hijo. Su encarnación es un envío del Padre. Jesús se ha hecho hombre, su carne es débil como la nuestra, pero su obediencia será la más perfecta porque será la de un hombre en la más perfecta comunión con Dios. Su humanidad está en la persona del Hijo unida a la divinidad: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
El realizó, como víctima, lo que sin el poder del Espíritu nosotros no somos capaces de hacer: la oblación de sí mismo como culto agradable al Padre. Esta ofrenda de sí a Dios es para nosotros nuestra salvación. Unidos a Él, estamos unidos a su Espíritu y ya no estamos en la dinámica de la muerte, hemos salido del círculo cerrado infernal. Lo que debíamos ser y no podíamos, ahora es posible por el poder del Espíritu. Unidos a Él es posible la obediencia al Padre y la comunión con toda la Trinidad.
Ahora no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús pues por la unión con Cristo Jesús, la Ley del Espíritu de vida me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no pudo hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, lo ha hecho Dios. envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado, y en su carne, condenó el pecado. Así, la justicia que proponía la Ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos dirigidos por la carne, sino por el Espíritu (Rm 8,1-4).
Rezar el Via Crucis unidos a Cristo Jesús es rezarlo lejos de la condenación y contemplando la fuente de esa liberación. El pecado de Adán y todos los pecados que han venido tras él son negación de Cristo. Pilato no fue el único que condenó a Jesús a muerte, todos los pecadores lo hemos condenado. Pero su condena a muerte es solamente lo más aparente que ocurrió.
En su condena Jesús condenó al pecado y nos liberó de su poder esclavizador. Lejos del Paraíso, lejos de la comunión con Dios, el hombre queda apoyado solamente en sus fuerzas, en su carne. Y nuestras meras capacidades como criaturas son impotentes para realizar el destino para el que hemos sido creados. Sin el poder de Dios, somo incapaces para realizar la divinización.
El hombre sin Dios se encuentra con la paradoja de que su única felicidad, el único sentido de su vida, la única plenitud y realización de sí mismo, es irrealizable; en la debilidad de su carne, de su ser creatural, es incapaz de alcanzar lo que debe ser y vive, sin poder salir de esta dinámica, en la muerte de la más radical contradicción: no poder ser lo que debe ser.
La única posibilidad de salir de ese mortal círculo es que Dios lo rompa. Pero esto tampoco depende de nosotros. Por puro amor, Dios envió a su Hijo. Su encarnación es un envío del Padre. Jesús se ha hecho hombre, su carne es débil como la nuestra, pero su obediencia será la más perfecta porque será la de un hombre en la más perfecta comunión con Dios. Su humanidad está en la persona del Hijo unida a la divinidad: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
El realizó, como víctima, lo que sin el poder del Espíritu nosotros no somos capaces de hacer: la oblación de sí mismo como culto agradable al Padre. Esta ofrenda de sí a Dios es para nosotros nuestra salvación. Unidos a Él, estamos unidos a su Espíritu y ya no estamos en la dinámica de la muerte, hemos salido del círculo cerrado infernal. Lo que debíamos ser y no podíamos, ahora es posible por el poder del Espíritu. Unidos a Él es posible la obediencia al Padre y la comunión con toda la Trinidad.
1 comentario:
",... su carne es débil como la nuestra, pero su obediencia será la más perfecta porque será la de un hombre en la más perfecta comunión con Dios."
"Unidos a Él es posible la obediencia al Padre y la comunión con toda la Trinidad".
Ven a mí, Espíritu Santo y hazme capaz de vivir unido a Ti de tal manera que desaparezca yo y sólo
sea Tu.
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