viernes, 5 de diciembre de 2008

A Dios le gusta la carne

He interrumpido la serie sobre lo de la cruz en los colegios, pero no por comentar los textos evangélicos de El Mesías –otro día iremos a por ellos–, sino porque he leído una entrevista a J. M. Castillo, en la que hay una afirmación que me parece interesante comentar: “La Iglesia es un gran obstáculo para entender el Evangelio”. Como veis, no cito el título, un poco suavizado, sino lo que dice el autor en la entrevista. El resto de las declaraciones tampoco tienen desperdicio, pero ésta en concreto apunta a una de las cuestiones que planteaba Palladio en uno de sus comentarios.

Detrás de este aserto hay una visión de Dios muy distante de la mía y, por los comentarios, también vuestra. Mi experiencia de fe me ha enseñado que Dios no es un geómetra cartesiano, que no tiene que hacer abstracción de nada mío para acercarse a mí. Es más, hasta se sirve de lo malo que hay en mí y a mi alrededor para decirme quién es Él.

El Dios del cristianismo no solamente no es distante, sino que hasta se pringa en la Historia. Dice el evangelio de S. Juan expresivamente, frente a cualquier tendencia gnóstica o platonizante, que se hizo carne. No es que Dios tenga interés por la Historia humana, sino que va más allá, se hace parte de ella. Y lo hace de tal manera que sufre sus consecuencias. La Cruz es un escándalo tanto para los judíos como para los griegos. Los unos esperaban un signo, una intervención poderosa de Dios en la Historia, pero quedando al margen de ella, inconmovible en su trascendencia. Para los otros, una necedad: ¿Cómo un hombre horrendamente torturado en una cruz puede revelar la divinidad y divinizar al hombre?

El que creó la Naturaleza y la Historia no se desdice de las leyes que las rigen. Por ello, la Historia particular de un pueblo, incluidas sus barbaridades, no son un obstáculo para manifestar quién es. Ni siquiera los pecados tremendos de un rey. Pero, como es reincidente, también se sirve de la fragilidad de los hombres que forman la Iglesia; las muchas tonterías y maldades que hemos hecho los que pertenecemos a ella a lo largo de la Historia no son lo suficientemente grandes ni oscuras como para empañar la grandeza de su Amor. Dios sería muy poca cosa si dependiera de unas determinadas condiciones históricas para conversar con los hombres, porque somos nosotros los que necesitamos que nos digan las cosas espacio-temporalmente, porque nuestra inteligencia es sentiente.

Su revelación llega en palabras humanas. Las limitaciones literarias de un pueblo antiguo no son para Él un corsé. Ni siquiera su primitiva y antropomórfica concepción de la causalidad para contar su experiencia de Dios –a la que nosotros, al leer, añadimos la proyección de nuestra mentalidad aristotélica en cuestión de causalidad, no poco estrecha para meter en ella a Dios–. Su gracia nos llega en los Sacramentos, no en una relación inmaterial y, por tanto, intemporal e inespacial. Y es que no somos ángeles y con quien se quiere comunicar es con nosotros, a quienes se quiere dar es a nosotros. Si Dios prescindiera de nuestra carnalidad, más que afirmarnos, nos estaría negando.

Si Dios hubiera tenido que esperar a una Historia impoluta, a unos hombres purísimos -pluscuamarios–, con un leguaje y mentalidad angélicas, para acercarse a nosotros, nunca lo hubiera hecho, porque el que nos salva es precisamente Él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A J.M. Castillo:
He leído tu entrevista.
¿En qué curva del camino te desorientaste tanto?
¿Tan ciego estás, que sólo ves la paja en en el ojo ajeno?
Jesús cura(ba) el cuerpo y el alma.
Jesús alimenta(ba) el cuerpo y el alma.
Espero vuelvas a encontrar ese Camino. Él te espera.

Anónimo dijo...

Las palabras de J.M.Castillo, me han producido una gran pena.¿Cómo se puede llegar a esa desafección a la Iglesia a la que ha dedicado lo mejor de su vida? ¿Qué heridas no han cicatrizado? No puedo juzgar a un hermano mayor, sólo puedo rezar por él y desearle la paz de estar en manos del Señor del Evangelio. La Iglesia es un lugar privilegiado para encontrarse con Jesús y con los hermanos pero si a él le hace daño esa mediación es mejor que la deje. Sólo le diría que piense en la gente sencilla que no tiene mucha formación. Sus palabras pueden hacer mucho daño y ya sabemos lo que dijo Jesús sobre lo de escandalizar a los pequeños.