viernes, 26 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel X

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Por lo que veníamos diciendo, podría parecernos que tal vez pudiéramos quedarnos con los estratos más modernos y prescindir de los más antiguos. Así pensó Marción y tantos otros que a lo largo de la Historia han querido y siguen queriendo quedarse solamente con el Nuevo Testamento; incluso algunos solamente con algunas partes de él. Sin embargo, la Escritura es una unidad. Cada una de sus partes remite al todo y éste a las partes; la túnica inconsútil de Cristo, tampoco, en esto, se puede rasgar. Sería como arrancarle a alguno de sus antepasados. No solamente somos genéticamente una herencia de nuestros progenitores, sino que somos también nuestros antepasados cultural e históricamente. Toda la Biblia habla de Jesús y sólo desde Él es comprensible.

Con la Biblia pasa lo que con el cerebro humano, por poner un ejemplo. En él, podemos ver huellas de las distintas etapas evolutivas. Si prescindimos del cerebro reptiliano, el cerebro humano es inviable; si quitamos lo más actual, en el caso de ser viable, no sería un cerebro humano. Aunque la analogía no sea muy fina, espero que sirva para dar una idea.

Pero, además de esta unidad, la llamada unidad del canon, hay otra más profunda. La que se da entre la palabra humana y la divina. Así como Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre -¡estamos en Navidad!-, por estar hipostáticamente unida la naturaleza humana a la divina, así, en el caso de la Biblia, tenemos una palabra que es verdaderamente humana y verdaderamente divina. Análogamente a como están unidas las dos naturalezas de Cristo, podríamos decir que lo humano de la palabra y lo divino están unidos sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación.

Del mismo modo que para conocer a Jesús, como hombre, les bastaba, a sus contemporáneos, el entendimiento humano, pero necesitaban de la fe para conocer su divinidad; así, para tener comprensión de la Biblia, en cuanto palabra humana, bastan los recursos que empleamos para leer cualquier otro texto. Sin embargo, para escucharla, cual es en verdad, como palabra de Dios, necesitamos de la fe. El sentido llamado literal es captado por la inteligencia; en cambio, para el sentido espiritual, además de no poder prescindir del literal, necesitamos de la fe. El verdadero intérprete es el Espíritu Santo. Garantía de que nuestra lectura sea buena será que pueda recostarse en los brazos de la Iglesia.

Todo esto lo encontráis mejor en los nn. 101-130 del Catecismo de la Iglesia Católica. Bueno, aunque en rápidas pinceladas y las limitaciones de quien lo expone, creo que podemos concluir este versículo. Ahora prestaremos oído al bajo que nos cantará Ag 2,6s.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

"... necesitamos de la fe."

Para algunos es difícil creer y para otros es sencillo como respirar.
El acto de fe es la respuesta libre del hombre a Dios que se le revela.

De todos los dones y gracias que Dios me ha concedido, el que más necesito es la fe. por él sé que mi vida tiene sentido, sé que el sufrimiento tiene sentido, sé que nada ocurre por azar.
Los detalles más irrelevantes de mi vida adquieren significado y
me confirman que mi fe no es vana.

Al leer la Biblia, muchas veces me pasa, que no entiendo lo que se me quiere decir, pero no por eso mi fe se tambalea. Sigo adelante sin hacer mucho problema y confío en que se hará luz para mis pasos. Me están enseñando que no debo tratar de comprender con la cabeza sino dejarlo posar.
Qué necesario es tener a alguien que nos guíe en estos caminos.
Doy gracias a Dios y al guía que me ha enviado.