jueves, 15 de enero de 2009

El Mesías de Händel XX

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El profeta (Is 7,14) no solamente ha anunciado que la virgen va a concebir y dar a luz un niño, también le pondrá un nombre. Va a engendrar extraordianriamente, sin dejar de ser virgen, pero no va a ser solamente progenitora, también va a ser madre; no va a haber simplemente una gestación intra-uterina, también  gestará al niño extra-uterinamente.

El sí de María al anuncio del arcángel (cf. Lc 1,30-33) es la aceptación del cumplimiento en ella de esta profecía. Por ello, no dice únicamente sí a una milagrosa gestación, ni siquiera a engendrar al Hijo eterno del Padre, a que asuma una naturaleza humana en su seno. La Virgen dice sí también a la  misión de ser madre del Salvador, de un niño, el Hijo de Dios hecho hombre, que tiene que cumplir un encargo del Padre. María acepta también ponerle un nombre. María es madre –en toda la amplitud de esta palabra– de Dios.

S. José va a recibir una misión semejante, pero distinta (cf. Mt 1,20-23); también aparece él como necesario para el cumplimiento de la profecía. El no va a ser progenitor; el mensajero divino le anuncia que la primera parte del oráculo está siendo ya cumplida por María. El va a actuar de padre; el tiene que intervenir para que el niño lleve el nombre.

Esta convergencia y divergencia entre María y José nos ayuda a comprender algo lo que será su matrimonio. Los dos tienen una finalidad y tarea comunes: el nombre. José acoge al Niño, que ya está en María, y con ella caminará en la gestación que él encuentra ya comenzada. María es nuestra Madre y es modelo inalcanzable; José plasma mejor nuestra vivencia, porque somos pecadores. Nuestro sí a Jesús se parece más al de José.

Aunque, en cuanto a su naturaleza divina, el Hijo es anterior a María, no hay ningún momento de su maternidad sin ese Niño y viceversa; como no había en Adán, antes del pecado, ningún momento sin comunión con Dios. Hay un tiempo, antes del sueño de José, en que él no lo tiene acogido en su vida, aunque ya haya sido engendrado. Así también en nosotros, por el pecado original, hay un tiempo en nuestra vida en que no estamos en comunión con Dios.

Análogamente a como José camina con María en relación a Jesús, así nuestro seguimiento de Cristo es un camino también con María. Cuando Jesús viene a nuestro encuentro y nos llama, nos encontramos con que con Él está su Madre. Nunca hubo Dios sin el Hijo ni el Espíritu Santo, por eso es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nunca hubo encarnación del Verbo sin María; por eso, su Madre está desde el primer momento con Él.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

"Hay un tiempo...en el que él no lo tiene acogido en su vida."

Una vez acogido puede uno intentar volverse atrás ¿Qué es esa fuerte resistencia que hay dentro y que produce miedo a sufrir? ¿pecado?
¿Cómo podemos de veras acogerlo cada minuto?

Alfonso Gª. Nuño dijo...

No sé exactamente a qué te refieres. Con lo de resistencia podrías referirte a varias cosas y ninguna de ellas es propiamente pecado aunque tenga que ver con ello.
El pecado personal, por pequeño que sea, lleva consigo el apego desordenado a algo que no sea Dios. Aunque uno esté en gracia de Dios, puede tener pendiente la purificación de esa inercia que deja el pecado; esta purificación puede tener lugar aquí en la tierra o en el Purgatorio [me remito al n. 1472 del Catecismo de la Iglesia Católica que lo dice mucho mejor].
Del pecado original nos queda una cierta inclinación al pecado, que es ocasión para el crecimiento espiritual, pues, en la medida que no nos dejamos llevar por ella con la ayuda de la gracia, nos sirve (cf. 2Tm 2,5), si se me permite la expresión, como un trampolín que nos ayuda a saltar hacia Dios [me remito al decreto sobre el pecado original del Concilio de Trento DS 1510-1516].
También podría ser una tentación directa del diablo, aunque lo de resistencia me suena más a lo anterior.
Sea lo que fuere, no te apene. Estas cosas podemos verlas del lado negativo, pero también del positivo. No nos llevan necesariamente al pecado. Del lado positivo son una ocasión para crecer en fidelidad a Dios. Pensemos que en cualquiera de las tres posibilidades siempre tenemos al Espiritu Santo dispuesto a echarnos una mano; con su ayuda, este partido lo vamos a ganar.
A la última pregunta te respondo con otra. ¿Qué hacía san José con Jesús? Pregúntaselo a él, seguro que es mejor consejero que yo.

Anónimo dijo...

Gracias.

Es cierto, el Espíritu Santo me ayuda siempre. ¿Cómo se me puede olvidar? Tomaré rabitos de pasa.
Su respuesta me llena esperanza.

He ido llenando la mochila de "cosas" ¿importantes? -No.-
Es hora de tirar todo eso.
Crecer en fidelidad a Dios. Sólo Él puede hacerme…

¡¡Menudo ejemplo el de San José!!!
Vivir cada minuto en presencia de Dios.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

Mejor que cada minuto en la presencia de Dios. Vivir en Dios, en su siempre.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

¡Ah! Sobre san José. Pregúntale y escúchale, que sea un interlocutor vivo. Los modelos, si no se habla con ellos, corren el riesgo de que los convirtamos en estatuas de escayola.