domingo, 26 de abril de 2020

Lc 24,13-35. Añoranza




13Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Las resonancias eucarísticas del pasaje son claras. Todo gira en torno al misterio pascual, está presente el sacrificio de la cruz y el Resucitado, el camino es como la liturgia de la Palabra  y en la cena incluso incluso se dice que el divino caminante «tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando», lo que no solamente son palabras que nos remiten a la celebración de la eucaristía, sino que marcan los momentos de la celebración de la liturgia de la Eucaristía de la misa. Al final salen a anunciar. Y el celebrante es el Sumo y Eterno Sacerdote, el Resucitado, el que también es la Víctima del sacrificio.

La lectura de este paso evangélico o la escucha del mismo hoy en una retransmisión televisiva o telemática despertará una gran variedad de sentimientos en tantos millones de personas que a lo largo de todo el planeta llevan días, semanas... sin poder participar en la Eucaristía ni poder comulgar. Abandonados en la bondad divina piden las gracias sacramentales mediante la comunión espiritual y, al mismo tiempo, también poder volver a sentarse con los hermanos alrededor del altar.

Un pasaje del Evangelio que a aquéllos que han podido celebrar la Eucaristía, bien como sacerdotes bien como pueblo, seguramente les haga presentes a tantos hermanos que no han tenido ese privilegio durante la pandemia. Lo cual no puede por menos que ser una llamada a la humildad, a darse cuenta, cada vez con más profundidad, que es un don, que todo es gracia de Dios, y a pedir por los ausentes, que puedan volver a comulgar.

Si unos tienen la añoranza que aumenta el deseo de la Eucaristía, otros la añoranza de los hermanos en la fe, que acrece el amor hacia ellos y el deseo de que también puedan comulgar. Y todos la ocasión de creciente mendicidad para pedir: Quédate con nosotros, que te podamos tocar. Unos por querer comulgar, otros por desear abrazarlo en los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.

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