viernes, 17 de abril de 2020

V - Jesús elige a una mujer como apóstol de los apóstoles. Jn 20,15-18




Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le con- testa: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».


A María Magdalena Jesús resucitado le ha salido al encuentro y ha hecho el encuentro posible. María no podía, no era capaz de reconocerlo, a pesar de haberlo tratado largo tiempo. Jesús es el mismo, peor no es lo mismo, su cuerpo frágil y mortal está glorificado.

Es cuando Jesús se dirige a ella no como a cualquiera, sino a su más profunda identidad pronunciando su nombre cuando ella ya es capaz de reconocerlo y así lo hace y así obra en consecuencia. Jesús se ha adelantado, su voz pronunciando su nombre la ha transformado y la ha puesto donde no estaba antes, en poder reconocerlo.

Si María no hubiera sido hecha capaz de ver a Jesús resucitado en tanto que Jesús resucitado, hubiera seguido tratándolo como al hortelano. Si no puedo ver el color rojo en tanto que rojo no lo puedo tratar como rojo. El primer paso siempre lo da Dios, suya es siempre la iniciativa.

Ese encuentro hace de María Magdalena un testigo, alguien que puede contar lo que le ha pasado. Y no solamente puede dar testimonio de lo que ha presenciado, sino que es enviada y lo da. Capacitada para reconocer y para contar, da a los demás la posibilidad de encontrarse con Jesús.

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