Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.
Los discípulos han creído en la resurrección, a ellos les dice, a quienes creamos en ella, nos dice que estará con nosotros siempre.
Por sólido que sea aquello sobre lo que queramos cimentar la vida, tarde o temprano, acaba fallando. Ese siempre de Jesús sólo es propio de Dios.
Para siempre queremos que nos amen, pero los seres queridos o nos defraudan o acaban muriendo. Para siempre quisiéramos amar, mas nuestro amor, aunque dure, es fluctuante, tiene altibajos, distintas tonalidades, momentos de apagón y otros fulgurantes. Amar con un siempre inquebrantable e infatigable, de constante plenitud, ese amor solamente es propio de Dios.
Muchas debilidades, muchas necesidades, mucha fragilidad. Ni a todo podemos responder ni en todo nos pueden ayudar. Siempre y en toda fatiga, siempre y en todo quebranto: amor divino, amor que siempre sana y fortalece.
Para siempre, con la libertad de no depender de circunstancias, condiciones, contextos, comportamientos del otro, amor siempre fiel e incondicional. Un amor así solamente lo podemos esperar de Dios.
Nuestra vida es un camino. Alguien quiere caminar con nosotros siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario