La gente suele decir que le da igual lo que los demás hagan o en qué gasten su dinero. Esto sobre todo se dice en relación a personas públicas.
A mí no. Yo defiendo la libertad, pero el contenido que se dé a ésta no me es indiferente. Hay quienes en materia sexual, por ejemplo, lo tienen claro, pero con el dinero no tanto, siempre que no se emplee en cosas abiertamente malas.
La crisis económica tal vez nos debiera valer, al menos, para darnos cuenta de la importancia moral que tiene el uso del dinero. El bien no está en evitar solamente el mal, también está en hacer el bien y cuanto más mejor.
Todos tenemos a nuestra disposición una cantidad de dinero, según sean los casos, será mayor o menor. Y la libertad nos da la posibilidad, según el uso que hagamos de él, de influir en la economía, por tanto, en la vida de los demás. Tenemos poder para guiar la economía con nuestras decisiones.
Es claro que hay un deber de caridad para con los necesitados, de ayudarlos directamente con lo que nos sobra y a veces también con lo necesario. Este es el marco en el que se ha solido entender la limosna.
Pero con nuestras decisiones de consumo y de ahorro, de despilfarro o austeridad decidimos en el mercado y en la organización de la producción; hasta en la concepción que socialmente se tenga del hombre. Gastando la misma cantidad puedo contribuir más o menos a que la economía tome una orientación o a que, por ejemplo, se valore más el ser que el tener. Y creo que el sentido de la limosna debería de entenderse de una forma más amplia, incluyendo este aspecto. Porque estas decisiones revierten en todos, pero especialmente en los pobres.
¿Y qué decidir? Si me dejo llevar por el culto al cuerpo, tan en boga en los anuncios, y compro en función de esto, evidentemente estaré orientando la economía en una dirección. ¿Qué quiero decir con este ejemplo tan simplón? Que la economía, que la función social de los bienes, no puede estar separada de la espiritualidad.
Cuanto más puramente mi intención esté dirigida al único fin para el que he sido creado, mis decisiones económicas estarán más cerca de hacer uso de mis bienes en la medida que me sirvan para ese fin y más estaré contribuyendo a orientar la economía en ese sentido. Por tanto, a que la sociedad esté más organizada conforme a la voluntad de Dios.
El buen uso del dinero no es sólo una cuestión racional. Como cada uno de nosotros no es un conjunto de departamentos estanco, lo del dinero está muy relacionado con la oración y el ayuno. Poco poder económico tenemos, pero eso poco tendría que ser un ejercicio de amor a Dios y al prójimo.
La crisis económica tal vez nos debiera valer, al menos, para darnos cuenta de la importancia moral que tiene el uso del dinero. El bien no está en evitar solamente el mal, también está en hacer el bien y cuanto más mejor.
Todos tenemos a nuestra disposición una cantidad de dinero, según sean los casos, será mayor o menor. Y la libertad nos da la posibilidad, según el uso que hagamos de él, de influir en la economía, por tanto, en la vida de los demás. Tenemos poder para guiar la economía con nuestras decisiones.
Es claro que hay un deber de caridad para con los necesitados, de ayudarlos directamente con lo que nos sobra y a veces también con lo necesario. Este es el marco en el que se ha solido entender la limosna.
Pero con nuestras decisiones de consumo y de ahorro, de despilfarro o austeridad decidimos en el mercado y en la organización de la producción; hasta en la concepción que socialmente se tenga del hombre. Gastando la misma cantidad puedo contribuir más o menos a que la economía tome una orientación o a que, por ejemplo, se valore más el ser que el tener. Y creo que el sentido de la limosna debería de entenderse de una forma más amplia, incluyendo este aspecto. Porque estas decisiones revierten en todos, pero especialmente en los pobres.
¿Y qué decidir? Si me dejo llevar por el culto al cuerpo, tan en boga en los anuncios, y compro en función de esto, evidentemente estaré orientando la economía en una dirección. ¿Qué quiero decir con este ejemplo tan simplón? Que la economía, que la función social de los bienes, no puede estar separada de la espiritualidad.
Cuanto más puramente mi intención esté dirigida al único fin para el que he sido creado, mis decisiones económicas estarán más cerca de hacer uso de mis bienes en la medida que me sirvan para ese fin y más estaré contribuyendo a orientar la economía en ese sentido. Por tanto, a que la sociedad esté más organizada conforme a la voluntad de Dios.
El buen uso del dinero no es sólo una cuestión racional. Como cada uno de nosotros no es un conjunto de departamentos estanco, lo del dinero está muy relacionado con la oración y el ayuno. Poco poder económico tenemos, pero eso poco tendría que ser un ejercicio de amor a Dios y al prójimo.
1 comentario:
Una vez más Vd. nos da un aviso para que seamos coherentes y no estemos fraccionados. Gracias.
Publicar un comentario