En el espacio de amor de la Última Cena, escuchamos este domingo la continuación del evangelio del anterior (Jn 15,1-8). Jesús nos ha puesto en su amor, Él nos ha amado primero y unido a sí , la verdadera vid, para que su savia nos trasmita la vida divina y podamos dar frutos de vida eterna.
No está en nosotros y desde nosotros incorporarnos a su amor. Él nos pone ahí y, al ponernos, nos capacita para continuar, para permanecer. Sin Él no podemos nada. Es un comienzo de nueva vida. Lo mismo que no podemos ponernos en el ser, sino que, puestos en la existencia, permanecemos en ella o podemos decidir salir de ella, así ocurre con la vida divina. Fuera de ella, sin ella, no podemos alcanzarla con nuestras fuerzas meramente humanas. Dios siempre tiene la iniciativa; nuestro sí es una ratificación, desde esa existencia nueva incoada, de esa vida, de ese amor regalado.
Somos puestos en el ser y desde el primer momento somos nosotros. No nos ponemos en el ser y, sin embargo, no hay ningún momento de nuestra existencia que no seamos nosotros los que estemos siendo. Dios nos pone en la vida de la gracia, nosotros no podemos ponernos en ella y, sin embargo, desde el primer instante es cada uno de nosotros quien la vive. Y ese vivir es permanecer en la vida divina.
¿Y cómo permanecer en su amor? "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,10). Permanecer en su amor es vivir como Jesús vivió, pues Él ha guardado la voluntad del Padre y ha permanecido así en su amor.
No está en nosotros y desde nosotros incorporarnos a su amor. Él nos pone ahí y, al ponernos, nos capacita para continuar, para permanecer. Sin Él no podemos nada. Es un comienzo de nueva vida. Lo mismo que no podemos ponernos en el ser, sino que, puestos en la existencia, permanecemos en ella o podemos decidir salir de ella, así ocurre con la vida divina. Fuera de ella, sin ella, no podemos alcanzarla con nuestras fuerzas meramente humanas. Dios siempre tiene la iniciativa; nuestro sí es una ratificación, desde esa existencia nueva incoada, de esa vida, de ese amor regalado.
Somos puestos en el ser y desde el primer momento somos nosotros. No nos ponemos en el ser y, sin embargo, no hay ningún momento de nuestra existencia que no seamos nosotros los que estemos siendo. Dios nos pone en la vida de la gracia, nosotros no podemos ponernos en ella y, sin embargo, desde el primer instante es cada uno de nosotros quien la vive. Y ese vivir es permanecer en la vida divina.
¿Y cómo permanecer en su amor? "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,10). Permanecer en su amor es vivir como Jesús vivió, pues Él ha guardado la voluntad del Padre y ha permanecido así en su amor.
Y el mandamiento de Jesús -tres veces lo dice en la última cena- es éste: "Que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Y Jesús nos ha amado como lo ha amado el Padre (cf. Jn 15,9). Jesús nos ha amado como se ama en el seno de la Trinidad, sin límites, sin estar sometido a ninguna condición fuera del amor mismo. Y ese amor ilimitado e incondicionado, en un mundo marcado por el pecado, es un amor que no encuentra freno en la violencia que se ejerce sobre él, que se dilata más allá de la frontera de cualquier negación.
Jesús nos pone en ese amor y nos llama a permanecer en él. Entre los discípulos podemos amarnos ilimitadamente porque Él nos ha amado, porque nos da su savia. "La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35). En ese amor ilimitado, verán el triunfo de la Cruz, se les hará perceptible su Cuerpo glorificado, porque verán un amor ilimitado; podrán palpar, anticipadamente en la tierra, el amor trinitario.
El amor entre los discípulos es la vida del discípulo y la manifestación de esa vida de amor divino recibida. ¿Es esto perceptible en nuestra vida? ¿Se masca en nuestras eucaristías?
Jesús nos pone en ese amor y nos llama a permanecer en él. Entre los discípulos podemos amarnos ilimitadamente porque Él nos ha amado, porque nos da su savia. "La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35). En ese amor ilimitado, verán el triunfo de la Cruz, se les hará perceptible su Cuerpo glorificado, porque verán un amor ilimitado; podrán palpar, anticipadamente en la tierra, el amor trinitario.
El amor entre los discípulos es la vida del discípulo y la manifestación de esa vida de amor divino recibida. ¿Es esto perceptible en nuestra vida? ¿Se masca en nuestras eucaristías?
3 comentarios:
Ha puesto el dedo en la llaga recordándonos las palabras de Jesús: "La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35).
¿Cómo va el mundo a conocer el amor de Dios si no soy cauce de su amor?
Soy responsable de los demás ante Dios, porque lo que recibo, no es mío ni para mí, es para devolvérselo a Él a traves de los demás. "Venid benditos de mi Padre porque tuve hambre...... lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis"
¿Es esto perceptible en nuestra vida? ¿Se masca en nuestras eucaristías?
También en esa última Cena lo mas importante fue el Amor y el anfitrión que supo darlo, en nuestras vidas hay muchas cosas que anteponemos al amor hasta que nos demos cuenta de que son malas hierbas y nos centremos en lo real. Pero como bien dices esto depende de El también
la fe suplica lo que el Amor le da y la Esperanza le ofrece al amor eso que ha de darle éste a la súplica de la Fe , el Amor es un imperativo , es acción
Publicar un comentario