Tendemos a pensar que lo podemos todo; en nuestra cultura, si cabe, aún más. No solamente porque con la técnica hagamos cosas hasta ahora casi impensables. Una de las cuestiones más presentes en nuestro mundo, aunque de ello muchos no se den cuenta, a pesar de vivir bajo sus supuestos, es la concepción de la libertad como libertad-de toda moral previa -hay que emanciparse de todo- y como libertad-para crear el bien y el mal.
Si somos independientes de todo, todo lo de cada uno depende únicamente de cada uno. Cada quien es omnipotente, puede crear el bien y el mal. Pero sólo como un mini-dios -dentro de los falsos dioses la categoría ínfima-, pues tarde o temprano morirá y no creará con su voluntad lo que es bueno o malo para él, sencillamente vivirá en el engaño de una ilusión.
Si somos independientes de todo, todo lo de cada uno depende únicamente de cada uno. Cada quien es omnipotente, puede crear el bien y el mal. Pero sólo como un mini-dios -dentro de los falsos dioses la categoría ínfima-, pues tarde o temprano morirá y no creará con su voluntad lo que es bueno o malo para él, sencillamente vivirá en el engaño de una ilusión.
En el evangelio de este quinto domingo de pascua (Jn 15,1-8), se nos habla también de omnipotencia, pero de otra manera. Sí, es verdad lo que nos dice el demonio, pero sólo a medias (cf. Gn 3,5). Nuestra vocación es la divinización, más el medio para ello es otro.
"Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Sin Jesús, no es que no podamos algunas cosas, es que no podemos dar ningún fruto. En cambio, alimentados con su savia, sí. Pero tenemos que darlo, el que se nos dé la capacidad no suple el que nosotros tengamos que hacerlo; el que se nos dé la gracia para cumplir la voluntad de Dios, no exime de vivir conforme a ella.
Sin Él no podemos nada. Pero con Él, ¿qué podemos? "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará" (Jn 15,7). Permanecemos en Jesús si obramos conforme a la savia que nos dé; su palabra permanece en nosotros si no la disecamos en concepto o idea recluida en nuestra mente, sino si como palabra viva la acogemos en la totalidad que somos y la hospedamos en nosotros.
Entonces, se realizará todo lo que pidamos, porque pediremos lo que deseemos -sí, lo que deseemos, no lo que pensamos que tal vez debiéramos pedir- y lo que deseemos entonces será lo que esa Palabra desee en nosotros. Así el hombre es omnipotente. Consigue lo que quiere, quien quiere lo que Dios quiere. ¿Y qué quiere Dios? Nuestra divinización.
"Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Sin Jesús, no es que no podamos algunas cosas, es que no podemos dar ningún fruto. En cambio, alimentados con su savia, sí. Pero tenemos que darlo, el que se nos dé la capacidad no suple el que nosotros tengamos que hacerlo; el que se nos dé la gracia para cumplir la voluntad de Dios, no exime de vivir conforme a ella.
Sin Él no podemos nada. Pero con Él, ¿qué podemos? "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará" (Jn 15,7). Permanecemos en Jesús si obramos conforme a la savia que nos dé; su palabra permanece en nosotros si no la disecamos en concepto o idea recluida en nuestra mente, sino si como palabra viva la acogemos en la totalidad que somos y la hospedamos en nosotros.
Entonces, se realizará todo lo que pidamos, porque pediremos lo que deseemos -sí, lo que deseemos, no lo que pensamos que tal vez debiéramos pedir- y lo que deseemos entonces será lo que esa Palabra desee en nosotros. Así el hombre es omnipotente. Consigue lo que quiere, quien quiere lo que Dios quiere. ¿Y qué quiere Dios? Nuestra divinización.
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