sábado, 9 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LII

Jesús que ha dicho de sí que no ha venido a abolir la Torah, sino que la va a llevar a término (Mt 5,17), al invitarnos a cargar con su yugo y a aprender de Él (Mt 11,29), nos está diciendo qué es llevar a plenitud la Torah. Él es esa voluntad de Dios y es a Él a quien hemos de rumiar día y noche. Y es lo que nos canta también la soprano.

Todos los demás yugos son rotos (Is 10,27); de todas las demás voluntades a las que estoy sometido, soy liberado; y de todas las cargas que pesan y agobian, soy aligerado y encuentro anchura en hacer de Jesús mi voluntad, el último fin, el último sentido de mi existencia.

Y Jesús se dice a sí mismo como el manso y humilde de corazón. Jesús es el Profeta que se esperaba después de Moisés (Dt 18,15), que es caracterizado como el hombre más manso y humilde de la tierra (Nm 12,3), porque era quien más se plegaba a la voluntad divina. Pero Jesús es ese Profeta porque, al ser el Hijo eterno, es la manifestación misma de la bondad de Dios (Sal 31,20; 86,5).

Su alimento es hacer la voluntad del Padre. Y lo es de una manera absolutamente radical. Su humanidad nunca ha estado sin estar unida a la naturaleza divina. El hombre Jesús es un imposible separado o dividido de la naturaleza divina. Pero ésta, no anula la humanidad, no la absorbe, no la mezcla, no la confunde con la divina. Alimentarse de la voluntad del Padre, en su caso, es más que hacer su voluntad, es estar unida la humanidad hipostáticamente a la única naturaleza divina. Es estar así en el eterno diálogo de amor que hay entre las tres divinas personas. La obediencia de Jesús en la tierra, su cumplimiento de las Sagradas Escrituras, son la manifestación de ese eterno conversar.

Su voluntad es su amor y nos invita a gustarla (Sal 34,9) día y noche (Sal 1,2). Gustar de Jesús es conocer el sabor de la sabiduría de su amor, más delicioso que la miel de un panal que destila (Sal 19,11; 119,103; Ez 3,3). Alimentándonos de Él nos va haciendo como Él y nos introduce en esa tierra prometida que es el diálogo intratinitario. Por ello, nos dice:

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,4).
Continuaremos.


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