Así estaba escrito: El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos (Lc 24,46s).Este domingo, de nuevo, la antífona retoma un pasaje del evangelio que se ha proclamado en la celebración. Un paso que, a su vez, tras la noticia que dan de lo ocurrido los discípulos de Emaús, retoma y amplifica lo que ha ellos les ha pasado. Jesús se muestra, se hace perceptible y hace percibir, y lo hace enraizado en la historia del obrar de Dios para los hombres.
Su muerte y su resurrección son el cumplimiento de lo que Dios había prometido. Y, al cumplimiento de esas promesas, asistimos en la celebración. Al ser la eucaristía memorial del misterio pascual de Cristo, cada vez que en la misa se muestra a la adoración y fe de los fieles, estamos asistiendo a estos versículos.
Cuando se dice, tras haber mostrado el pan y el vino, primero: "Éste es el sacramento de nuestra fe" o alguna de las otras dos fórmulas. Después, mostrándolo: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Y finalmente, también mostrándolo: "El cuerpo de Cristo". Se muestra, para ser conocido por la fe y reconocido, Aquél que ha padecido y resucitado conforme a lo prometido en las Escrituras.
Pero, también, especialmente al ir a comulgar, resonando en nuestro interior esta antífona, el amén, es un sí al envío que es, por sí mismo, también el misterio; es cumplimiento para que todos participen en él. Comulgar es participar de la Pascua y es aceptar el envío a predicar la conversión y el perdón de los pecados en nombre de Aquél que comulgamos y que ha muerto y resucitado para nuestra salvación.
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