lunes, 27 de abril de 2009

El Mesías de Händel XLVI


Continúa la soprano hablando del Nuevo desde el Antiguo Testamento, a la par que éste del Nuevo cobra carne, hueso y sustancia. En esta ocasión, se trata de un oráculo de la primera parte de la profecía de Isaías.

Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará (Is 35,5s).

La llegada del soberano, que se acerca a reinar, había sido motivo de alegría, como habíamos comentado. Eso es precisamente lo primero que dijo Jesús en el comienzo de su vida pública. Ahora, la soprano nos hace un sumario con los versículos de Isaías de un aspecto de esa proclamación en acto del Reino de Dios, que no es otra cosa que Dios reinando.

Haciendo referencia a otro pasaje de Isaías (61,1s), en el que, también en apretada síntesis, se contienen los elementos esenciales de su misión, Jesús (Lc 4,,16-21) manifestó en la sinagoga de Nazaret que ese era el tiempo del cumplimiento de las promesas, de que los ciegos volvieran a ver.

Y cuando los discípulos de Juan Bautista le preguntan si es Él o tienen que esperar a otro, la respuesta de Jesús hace referencia al cumplimiento, entre otros, de este pasaje (Mt 11,2-6).

Händel, con las palabras de Isaías, nos está diciendo que se ha inaugurado el tiempo del cumplimiento, que Dios está ejerciendo, en Jesús, su soberanía en la Historia . En el ámbito de su dominio, podemos recobrar la vista para ver su amor en nuestra pequeña historia personal; podemos recuperar el oído, para poder escuchar su palabra como divina y no solamente como humana; podemos volver a correr por el camino de sus mandatos (Sal 119,32; Hch, 3,8); y podemos volver a cantar la misericordia de Dios.

Continuaremos.

1 comentario:

zaqueo dijo...

Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. (Isaías 61,10)