miércoles, 29 de abril de 2009

El Mesías de Händel XLVIII

A esta altura de la primera parte del oratorio, cuando está a punto de terminarse la misma y como colofón a ella, el texto da un giro inesperado. La cita del evangelio de S. Mateo, los primeros versículos en la voz de la soprano y el último interpretado por el coro, cambia de persona verbal y es interpretada en tercera del singular en vez de en primera. Es decir, en vez de ser pronunciados por Jesús se refieren a Él. Empecemos con el aria de la soprano.
Venid a Él todos los que estáis cansados y agobiados y él os aliviará. Cargad con su yugo y aprended de él, que es manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso (cf. Mt 11,28s).
Hemos escuchado varios testimonios sobre Jesús, tras el nacimiento. Primero el ángel y después unos oráculos proféticos que, de ser promesa y anuncio de lo que iba a ocurrir, se han convertido en testimonio de lo acontecido y manifestación de su significado profundo.

Ahora nos encontramos con algo distinto. Es la voz de alguien que ha creído en Jesús y que desde Él, pues forma parte de su cuerpo, la Iglesia, hace una llamada. Quien ha creído se ha convertido en testigo y ha hecho suyas las palabras de Jesús. Pero aunque hable desde Él y con sus palabras, sin embargo, no es Jesús.

Por ello, el cristiano aunque, en la medida que esté unido y se haya configurado a Cristo, hable desde la Iglesia y sus palabras sean las de Jesús, precisamente porque está unido a Él, no remite a sí mismo, sino al Señor.

Unas palabras que hablan de la situación del hombre, de Jesús y de lo que encuentra el hombre en Él, es decir, el cumplimiento en sí mismo de lo anunciado en los profetas. Y estas palabras nacen de la experiencia que ha tenido el que da testimonio. No habla de teorías aprendidas, sino desde su vida vivida en la vida que le ha dado Jesús como participación en la divina.

Continuaremos.

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