Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados -judíos o griegos- un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más sabio que los hombres (1Cor 1,22-25).
Los judíos estaban acostumbrados a ver las grandes gestas de Dios en la historia. Los relatos sobre las teofanías del Sinaí, la liberación de Egipto, la conquista de la tierra, etc. pasaban de generación en generación. Estos signos eran grandiosos, pero externos a los testigos y además solamente eran perceptibles para quien estuviera presente en el momento de llevarse a cabo.
Esperanza judía tendríamos cada vez que esperáramos una gesta externa de Dios. Cuántas veces nos gustaría que Dios cambiara nuestras circunstancias, como si nuestra salvación o nuestra felicidad dependieran de ello. Entonces la crucifixión de Cristo es un escándalo. Nosotros querríamos que Dios interviniera en nuestra pequeña biografía personal, pero está quieto, clavado en un madero. "¿Por qué no obras con fuerza contra éste o lo otro? ¿Por qué no haces que pase esto? ¿Por qué has permitido que esto fuera así?"
Los griegos fascinados con el poder de la razón humana esperaban la salvación de los conocimientos. Todavía arrastramos esa inercia. La Ilustración, nosotros herederos de ella, esperaba que la razón llegaría a conocer la naturaleza y a través de ese conocimiento controlarla. El hombre podría ser feliz, porque todos sus obstáculos serían salvables. Pero la cátedra de Cristo parece un poco necia, la debilidad no es sabiduría para dominar.
La fe en un progreso indefinido, en virtud del poder de la razón humana, nos sigue seduciendo. Nuestra esperanza sería griega cuando en el futuro pusiéramos nuestra felicidad. Ahora no, pero llegaría un día en que sabríamos y entonces ya no habría más llanto ni dolor. La esperanza en el reino del hombre en la tierra, el paraíso socialista, la utopía de turno.
Y cuántas veces nos creemos que con saber mi vida espiritual avanzará. Qué pena da ver tantas catequesis o tantos caminos espirituales que son una transmisión nada más de nociones, por buenas y ortodoxas que sean. Cuántos esperan simplemente de un director espiritual que les aclare dudas, cuántos creen que con saber etiquetar los pensamientos quedarán vencidos.
O saber el dominio interior de uno mismo, como si la ascésis pudiera transformarnos. O llegar a la unión con el todo de la creación por el conocimiento, como si la naturaleza fuera suficiente para nosotros que lo que necesitamos es divinidad, como si disolvernos en el todo de la realidad nos saciara, cuando lo que necesitamos es ser divinos sin dejar de ser nosotros mismos.
La fuerza del crucificado es como un grano de mostaza, no parece grandiosa, y como un poco de levadura, no actúa externamente, sino que transforma desde el interior. La sabiduría del crucificado no son conceptos, es la Palabra poderosa que como semilla penetra en el interior y hace que la tierra pueda dar fruto abundante. Es fuerza y sabiduría divinizadoras.
Esperanza judía tendríamos cada vez que esperáramos una gesta externa de Dios. Cuántas veces nos gustaría que Dios cambiara nuestras circunstancias, como si nuestra salvación o nuestra felicidad dependieran de ello. Entonces la crucifixión de Cristo es un escándalo. Nosotros querríamos que Dios interviniera en nuestra pequeña biografía personal, pero está quieto, clavado en un madero. "¿Por qué no obras con fuerza contra éste o lo otro? ¿Por qué no haces que pase esto? ¿Por qué has permitido que esto fuera así?"
Los griegos fascinados con el poder de la razón humana esperaban la salvación de los conocimientos. Todavía arrastramos esa inercia. La Ilustración, nosotros herederos de ella, esperaba que la razón llegaría a conocer la naturaleza y a través de ese conocimiento controlarla. El hombre podría ser feliz, porque todos sus obstáculos serían salvables. Pero la cátedra de Cristo parece un poco necia, la debilidad no es sabiduría para dominar.
La fe en un progreso indefinido, en virtud del poder de la razón humana, nos sigue seduciendo. Nuestra esperanza sería griega cuando en el futuro pusiéramos nuestra felicidad. Ahora no, pero llegaría un día en que sabríamos y entonces ya no habría más llanto ni dolor. La esperanza en el reino del hombre en la tierra, el paraíso socialista, la utopía de turno.
Y cuántas veces nos creemos que con saber mi vida espiritual avanzará. Qué pena da ver tantas catequesis o tantos caminos espirituales que son una transmisión nada más de nociones, por buenas y ortodoxas que sean. Cuántos esperan simplemente de un director espiritual que les aclare dudas, cuántos creen que con saber etiquetar los pensamientos quedarán vencidos.
O saber el dominio interior de uno mismo, como si la ascésis pudiera transformarnos. O llegar a la unión con el todo de la creación por el conocimiento, como si la naturaleza fuera suficiente para nosotros que lo que necesitamos es divinidad, como si disolvernos en el todo de la realidad nos saciara, cuando lo que necesitamos es ser divinos sin dejar de ser nosotros mismos.
La fuerza del crucificado es como un grano de mostaza, no parece grandiosa, y como un poco de levadura, no actúa externamente, sino que transforma desde el interior. La sabiduría del crucificado no son conceptos, es la Palabra poderosa que como semilla penetra en el interior y hace que la tierra pueda dar fruto abundante. Es fuerza y sabiduría divinizadoras.
1 comentario:
Su último parrafo es un canto a la esperanza.
"La fuerza del crucificado es...La sabiduría del crucificado es...
No es fácil reconocer a nuestro "rey que viene manso y humilde, cabalgando en un asno..." y es así precisamente como nos manifiesta la esencia del reino que viene a traernos. Sólo a los limpios de corazón les es dado poder ver a través de las apariencias.
Gracias...
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